La sífilis (lat. syphilis, lues) es una infección sistémica crónica de transmisión sexual, causada por la bacteria Treponema pallidum (treponema pálido). La sífilis se caracteriza por un curso progresivo y ondulante, con capacidad de afectar cualquier órgano o sistema, siendo los más frecuentemente comprometidos la piel, las mucosas, y los sistemas nervioso, cardiovascular y musculoesquelético.
La infección se contrae predominantemente por contacto sexual, lo que clasifica a la sífilis dentro del grupo de las infecciones de transmisión sexual (ITS). También es posible la transmisión de la madre al feto (sífilis congénita) y, de forma excepcional, a través de la sangre o por contacto doméstico. La sífilis no tratada puede evolucionar hacia complicaciones graves, incapacitantes y potencialmente mortales.
El agente causal de la sífilis, el treponema pálido, penetra en el organismo a través de microlesiones en la piel o las mucosas. En el sitio de inoculación, la bacteria se multiplica y posteriormente se disemina a través de los vasos linfáticos y sanguíneos hacia todo el organismo, mucho antes de la aparición de los primeros síntomas clínicos.
La base de los cambios patológicos radica en la afectación sistémica de los vasos pequeños (endarteritis, periarteritis) y la formación de infiltrados inflamatorios específicos. La enfermedad presenta una evolución cíclica caracterizada por la alternancia de fases de actividad clínica y periodos ocultos (latentes).
En la evolución clínica de la sífilis se distinguen varias etapas sucesivas.
El diagnóstico se basa en el cuadro clínico, la identificación directa de treponemas en exudado de erupciones (mediante microscopía de campo oscuro) y, fundamentalmente, en los resultados de las pruebas serológicas. Se utilizan pruebas no treponémicas (RPR) para el cribado y el seguimiento de la respuesta al tratamiento, y pruebas treponémicas (EIA, TPHA) para confirmar el diagnóstico.
El «estándar de oro» para el tratamiento de la sífilis en todas sus etapas son los antibióticos del grupo de la penicilina. La dosificación y la duración del tratamiento dependen de la etapa de la enfermedad. Un tratamiento oportuno y adecuado conduce a una recuperación completa y previene el desarrollo de complicaciones tardías y graves.
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